Esta mañana me fui a la casa De Horacio Quiroga. Está en la otra punta del pueblo, algo más de un kilómetro. No se cuántas cuadras he andado pero ha sido mortal. Hacía un sol de justicia y las sombras escaseaban. Aunque hay árboles, la sombra no va más allá de su proyección al ser casi mediodía.
Pero he tenido mi recompensa, la casa está ubicada en un sitio privilegiado. Observad
Nada más llegar les he pedido permiso a los chicos de la entrada para revivir en una hamaca que había cerca de un ventilador y con vistas al jardín. Y casi no me levanto de lo bien que estaba. La visita comienza con un paseo por un sendero que se abre entre pequeños bambús. Hay varios carteles con retazos sobre la historia del fotográfo-escritor, que aquí es muy admirado porque es el que descubrió los yacimientos arqueológicos de las reducciones después de siglos de abandono y saqueos. Él se quedo prendado de esta tierra y se hizo una casa. La historia de este hombre es todo menos usual, y está salpicada por un montón de tragedias que sin duda marcaron su vida y su estilo literario. Al final del sendero se llega a la explanada donde está la pequeña casa de piedra. Conserva muchos elementos originales y es muy fresca. El jardín salvaje de la pequeña explanada es precioso, y tiene vistas sobre el río Paraná. El escritor eligió bien el lugar. Para volver al pueblo pienso hacer dedo, el camino de arena sin sombra se me hace imposible. Es sofocante el calor, aun así lo prefiero al frío. Pero no hay coches a quien parar, no está transitado este camino. Logro llegar, compro algo para comer y me doy una vuelta por el pueblo. Es un pueblito pequeño, super sencillo, hiper tranquilo, no tiene nada pero tiene algo 😉
Me despido de El Jesuita, de Irma y de Herminia, me quedaría más días, se me ha hecho super corto, pero tengo mucho que recorrer y no me lo pouedo permitir,. Ojalá tuviera más tiempo para reposar en éste, mi hogar en Misiones :-). Hasta siempre chicas!
Recojo todas mis cosas y voy a la terminal a esperar mi bus. Las chicas de la boletería son encantadoras y me dejan sentarme con ellas y nos ponemos a charlar un rato. Además me dicen que me ayudarán a subir los trastos al micro (aquí colectivo o micro es como le llaman al bus) Yo les digo agradecidísima que ni hablar, que yo ya estoy acostumbrada. El bus como he comentado anteriormente es «cama» tenemos una azafata y todo, y aunque no funciona, tienen wi-fi. Jamás había subido en un bus de tanto nivel, si pienso en los de Asia, Dios qué dos mundos!!
Quizás media hora después de arrancar, llega un control de policía que nos para el bus y sube un agente pidiendo documentación. Les pide a los de atrás, todos extranjeros, (no hispanos, yo aquí solo me considero extranjera a medias) y al llegar a mí, me revisa el pasaporte y me dice muy gracioso: Y qué tal, cómo le va el viaje? Por dónde estuvo, en Iguazú? Y ahí se me pone a charlar, que si me gustó, que si tenemos algo parecido en España. Ya le dijo que no, que ni en España ni creo que en ningún otro lugar. Fue grandioso, le dije. Se ríe y se despide…