En busca de Melting Pot
El bus me dejó lejos del centro, desde allí había que coger taxi hacia la Medina. Era domingo por la tarde, mucho tráfico, imposible encontrar uno libre. Aunque son compartidos, son pequeños y a diferencia de otros lugares en África con capacidad limitada: sólo 3 pasajeros. Una chica a la que pregunté se brindó a ayudarme. Ella paraba a alguno y le preguntaba si iba a la Medina, pero nada, no había suerte. Tardamos una hora en dar con uno. Sé que ella hubiera podido estar una hora más ayudándome, es increíble lo que me pasa, veía su satisfacción al ayudar. Al despedirnos la chica me pregunta por mi móvil, como aquí no lo uso le pido el email. Con el coche parado y las personas dentro esperando, ella tranquilamente busca su email para apuntármelo. Nadie protesta, ni conductor ni pasajeros… Me ponía en situación en España, me hubieran montado un pollo que no veas. La chica no tenía ninguna prisa.
Yo sigo acumulando deudas con África. Una vez en el taxi, acordamos me dejaba a la entrada de la Medina, y al llegar me di cuenta de que no iba a ser fácil encontrar el hostel. Yo esta vez no tenía guía ni plano, tenía el nombre «The Melting Pot» y la calle, pero nadie la conocía pues se ve que era un callejoncito perdido por la Medina. Unos chavales que eran vendedores me mandan a una tienda de enfrente. Mejor dicho, uno de ellos me acompaña, era un sitio de venta de Cds. El señor me indica que no conoce la calle ni el sitio pero con su buen español me dice, Espera!, saca el típico listín telefónico y con toda la paciencia del mundo se pone a buscar, primero por nombre del hostel, luego por calle, y no sé cuantas comprobaciones hizo el hombre, no había prisa, los otros clientes esperaban. Yo atónita no podía creer el trato de estas gentes, finalmente no hubo suerte, no encontramos nada, pero me despedí igual de agradecida. No doy crédito, ¿Cómo es nuestro mundo que estas actitudes me dejan tan trastornada? Los he visto veces actuar así!…pues aún me sigue estremeciendo y aún estando perdida en el mar de gente de las calles del zoco y sin rumbo, me siento feliz y bendecida. No estoy preocupada, solamente desorientada. Lo encontraré!. Al avanzar un rato entre la riada de personas, sin yo hacer nada, me saluda un chaval y me pregunta qué busco. Le cuento y me encamina hacia la guest-house, así de sencillo: baja todo recto y luego gira hacia la marina.
Al día siguiente volví a saludar al hombre del listín y a decirle que acabé encontrando el sitio y que estaba por la Marina, creo que el hombre se alegró, al menos me sonrió. Qué os parece viajer@s?
Tánger
Seguimos ahora recorriendo Tánger, seguimos en la medina, en la parte baja
Colección de puertas
Al Andalús y Mohamed
Me recomendaron para cenar al Andalús, un restaurante local en una callecita perpendicular a la Rue de la Marina. Fuera había una sola mesa ocupada por un señor mayor con chilaba y rasgos muy blancos. Tomaba una infusión. El sitio dentro era cuco, modesto pero aseado, pero me apetecía estar fuera y ver pasar la gente.
La calle era pequeña pero trajinada. Pedí permiso y el encargado se rió y me dijo que no, que no estaba previsto que esa mesa fuera para cenar. Yo insistí, pidió permiso al señor y me dejaron. Mi compañero de mesa, el anciano de la chilaba, no me habló en toda la cena. Yo le miraba y era como si me evitara. Pensé que quizás no practicaba hablar con desconocidas o no sabía español. Lo sentí, me intrigaba, pues me parecía extraño, ya que aquí son habladores y curiosos. Cuando cogí la última patata frita Mohamed se dirigió a mi en su estupendo español y a partir de ahí charlamos largo y tendido. Es de Nador, no ha trabajado nunca, tienen tierras y su familia ha vivido de eso, no se casó, no tiene hijos, ha ido mucho a España de viaje, conoce Valencia, y ahora vive solo en Tánger. El encargado del restaurante, que es el dueño, es como si fuera su hijo. Le encanta bajar a la calle y pasar las horas observando. Le dejan que ayude con la pequeña caja del restaurante. Cuando cogí confianza le dije “Mohamed pensaba que no querías hablar conmigo” y el me dijo, “¿Cómo iba yo a pensar que una chica joven iba a querer hablar con un viejo?” Es encantador, le cogí cariño. Fue a por unas viejas fotografías y me las enseñaba contándome más historias. No me dejó que le hiciera una foto, pero no creo que pueda olvidar su cara.
Al-Andalus fue mi cocina en Tánger, por no decir casi mi hogar. Me gustaba observar como trabajaban, el cocinero era increíble!. Al restaurante se entra por la cocina, si a eso se le puede llamar cocina porque era un banco con un par de fuegos. Ese era el puesto del cocinero, luego a su izquierda había una pila para fregar, donde se ubicaba otro compañero y luego estaba el camarero que atendía y servía, echando una mano a la cocina. El jefe también trabajaba. Todos en un espacio mínimo. Trabajan 6 días a la semana, para el de descanso se van turnando. El chef, aunque cogía las patatas de la freidora con la mano era muy profesional. Sí, sé que es difícil de entender, pero creerme, se tomaba en serio su trabajo, impregnaba de dignidad el pequeño espacio…
Luego me fui a tomar un té, me senté en un café mirando a la calle y disfruté una vez más del inigualable té marroquí. Observando, disfrutando del aquí y el ahora….porque a veces, solo a veces, el mundo se detiene….Buenas noches viajer@s
Disfrutando de tu viaje guapa.
Gracias, querida, me hace mucha ilusión que aún me sigas! muaksss
Mariluz, que bien d-escribes! ya me he enganchao de nuevo a tu blog. Aunque aquí, en el molino en el que vivo el internet es una cuestión de a ratos. Ahora mismo estoy en el lado opuesto a tí, echando raices en esta tierra que pisan mis pies. Tú serás mis ojos viajeros. Vuela que vuela, pajarillo!
Hola Pablo, gracias por escribir y seguir lallamada. Verás, me quedaban un par de capítulos por escribir de mi verano en Marruecos. Me intriga por donde andas tú 😉