Este es el pequeño pueblo de Morretes, el fin del trayecto del tren. Nada más bajar, me fui a comprar el billete de vuelta pero esta vez en bus, que con 13 R lo tenía solucionado. Tenía un par de horas para ver el lugar y comer. Sin problema! Apenas hay dos calles, que me encantó pasear. Para comer me empeñé en buscar un lugar donde comen los locales y huir así de los restaurantes cargados de turistas junto a la orilla del río. Y lo encontré. Me tomé un barreado, que es la comida típica de aquí (una especie de carne en salsa muy básica que anteriormente era comida de pobres y ahora se ha transformado en una seña de identidad), con los condimentos y un plato de fruta que iba en el pack. Podéis ver la buena pinta en las fotos, así como el lugar donde comí, superbien atendida. Era la extranjera y me explicaban con paciencia como mezclar los ingredientes, pues había una especie de harina que no sabía para qué era. Otro cliente se preocupaba de que tuviera vinajeras para aliñar la ensalada. Ósea que estaba de lujo en ese sitio. Me acordé mucho de Asia. Me sentía como tantas veces allí: Como en casa.
Morretes y trajín en Rodoviária Curitiba.
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