Antes de las 7 horas ya habíamos desayunado y nos encaminábamos a coger el mokoro. El mokoro es una canoa que ha sido hasta ahora el principal medio de transporte de las gentes que habitan el delta. Así que hemos acudido a una aldea donde Alec tiene su familia, y donde íbamos a realizar el imprescindible paseo. Al principio resulta más que inestable, es mínimo y el agua está ahí mismo. No he cogido ni la cámara por miedo a volcar. Un baño no me importa, las aguas son imponentemente limpias y nos movemos por zonas que según nos dicen no visitan los hipos, pero con la cámara no me lo puedo permitir. Con el tiempo te vas adaptando y coges confianza. El conductor del mokoro con el largo palo consigue que avancemos por los estrechos canales. El paseo es magnífico y se ha hecho corto. A la vuelta ya tenía medias piernas en el agua.
Al llegar a nuestra nueva isla, Chiao Island (pues hemos cambiado de campamento para esta noche) nos hemos adentrado un poco y hemos observado como una columna de elefantes avanzaba unos metros más adelante. Estábamos muy cerca pero no parecían percatarse de nuestra presencia. Los pequeños seguían a las madres pegadísimos a sus faldas y nos dificultaban la instantánea.
Luego hemos cogido la barca para ver el atardecer. En cualquier paraje es increíble pero en el Okavango es especial. Intento a duras penas describirlo pero nada que ver con su presencia: El sol empieza a bajar (sobre las 18 horas) y antes de esconderse empieza a enrojecer poco a poco hasta convertirse en fuego. Son unos minutos mágicos, hasta Alec que vive aquí lo admira eclipsado. Cuando dejamos de ver el sol llega otro momento increíble, sobre el oeste, el horizonte sigue rojo y una escalada de colores llega hasta el cielo. Del rojo al naranja, al rosa, amarillo y entonces se funde con el cielo azul africano. Hasta que oscurece la visión es inigualable…
Al volver de la barca me he cogido una silla y me he puesto a observarlo, minutos y minutos, hasta anochecer. Entiendo el mal de África….
Nena, nena que fotos GUAUUUUU