Hoy ha sido un día fantástico. Empecé con un poco de disgusto por no haber cogido 3ª clase y haberme decantado por un billete de 2ª clase para el trayecto de Cuamba a Nampula. En condiciones normales hubiera ido directa a 3ª pero llevo dos días de transportes durillos y la verdad no me podía arriesgar a pasar las 10 horas de viaje de pie, o perderme el paisaje, así que pagué los 400 Meticals de 2º clase en lugar de los 160 Mt de la 3ª. Al llegar a la estación a las 4 a.m. fui de las primeras, hubiera podido elegir asiento en 3ª, y por lo que observé al subir al tren era muy decente, nada que ver con la Economic Class del Ferry a Mozambique (prácticamente todos tienen asiento). Así que rabié un poco, pero se me pasó pronto. Viendo en positivo, como iba a estar más tranquila y cómoda aprovecharía para dormir y estudiar portugués.
Los paisajes
El paisaje sin ser algo sobrenatural es magnífico, de vez en cuando esas montañas que son pura roca, algún río, sabana, bosque tropical, chozas en poblados pegados a las vías, pequeños y grandes saludando al tren…pero lo más increíble son las estaciones.
Las estaciones
Creo que el tren habrá hecho unas 20 paradas, las principales responsables de la duración del trayecto. Pero son maravillosas. Ya reconozco el sonido de próxima estación, al momento empezamos a ver gente a ambos lados de la carretera, y al instante comienza la locura. Niños y mujeres mayoritariamente, y muchas de ellas con niños a la espalda, cargados con productos de la zona en cabeza y brazos, se lanzan hacia el tren para vender sus productos. Los pasajeros sacan sus cuerpos por las ventanillas, algunos directamente bajan del ferrocarril. Hay pocos minutos para las transacciones y mucho interés por comprar y vender.
Mis compañeros de compartimento contribuyen notoriamente a la compra. Said carga con tomates, caña de azúcar, cebollas y no sé que más. Dice que es para ofrecer a su familia, y sin duda todo es mucho más barato aquí que en Nampula. Soares también carga con productos frescos. Por lo menos se llevan 20 kilos cada uno. Yo también compro pero a menor escala. Pruebo la caña de azúcar que me ofrece Said, dulcísima, exquisita! El baile de personas y mercancías es alucinante. Por supuesto yo no duermo ni un instante en todo el recorrido, no me quiero perder nada. Parece que cada estación se especializa en un producto según el cultivo de la zona. Esta es la de las cebollas, la de los tomates, la caña de azúcar…. Oh, es asombroso!.
La estación de los tomates
La locura del comboyo
A la locura de vender y comprar se une en alguna estación importante la locura de tener que coger el tren, como en el caso de esta de la primera fotografía, en la que subiendo a la tercera clase se arma la de San Quintín. Las fotos no reflejan suficiente el desaguisado. Aquí no existe eso de primero bajar y luego subir, aquí vale el sálvese quien pueda.
En busca de mi dinero
Los viajeros valoran la mercancía y si deciden comprarla, cogen el producto lo descargan en el interior del vagón, devuelven las palanganas a los vendedores y rápidamente buscan dinero, ya que algunas paradas tienen muy poca duración. El tren se mueve, y los vendedores corren en paralelo para recoger esas monedas que respondiendo al pago caen al suelo, entre las piedras, como esta mujer que veis a la derecha. Muchos corren descalzos sobre los balastos que constituyen la base de la amortiguación de los esfuerzos del paso del tren sobre la vía, y que no son precisamente cantos rodados. Parece que siempre aparecen, y por supuesto todos pagan. Yo no doy crédito a este mercadeo andante.
Esperando el tren
El tren es una gran atracción para la gente de las aldeas pegadas a los raíles. Su ventana al mundo en competencia con la televisión. Pero este convoy es real. Algunos críos pegan la gran carrera para llegar a verlo pasar, lo habrán visto miles de veces, pero siguen entusiasmados. Otros se entretienen mirando a los viajeros cuando llegamos a las estaciones. Los pocos blancos del tren tenemos ventaja en cuanto a atención se refiere, los niños y también los mayores fijan sus ojos en nuestra tez y entonces es superfácil conectar miradas y sonrisas. ¿Como es posible transmitir tanto con esto y un par de gestos….?
Los regalos
Yo tengo varios regalos, que aquí comparto, en forma de estas magníficas y preciosas caras que transmiten lo inenarrable. No alcanzan a saber el obsequio que me hacen con esas sonrisas de profundidad. Muchas personas me ofrecen productos como frijoles, repollos, tomates… y yo digo en portugués «Nao tenho cozinha» (no tengo cocina) y entonces me entienden y me ofrecen esa gran sonrisa de dientes blancos sobre fondo negro y la gran expresividad de esos ojos, también blanco sobre negro, que no he visto creo en otro lugar del planeta. Y a veces hasta me dan las gracias. Las mías son infinitas.
La maravillosa estación de las cenoras
Echaba de menos que no vendieran zanahorias, pues me apetecía comprar y comer, ya que es de las pocas cosas que puedo consumir sin cocinar. Hasta que llegó la que bauticé como la estación de las cenoras (en portugués zanahorias), donde los vendedores exhibían las carlotas de ese naranja intenso y fresco, y las presentaban a modo de puerco-espín con sus puntas hacia fuera. Una preciosidad! Compré dos manojos por 10 Meticals (menos de medio dolar). Y no os cuento el sabor… No quería comprar las gordas porque no son las mejores para comer crudas, pero me dijo Said, con toda la razón, que no me preocupara, que aquí todas iban a estar dulces. Y así fue! De verdad os digo que no he probado nunca zanahorias como estas. La agricultura intensiva y el ansía de tener de todo para todos nos está privando de estos manjares.
El convoy y mis compañeros
Empezamos el viaje y en el compartimento estamos Said y Soares. Said es musulmán y trabaja en el hospital de Lichinga. Tiene a su mujer en Pemba y familia en Nampula. Así que parará primero en Nampula para ver a su familia, y luego irá hasta Pemba. Es callado pero muy amable. Controla mucho el tema de la compra y de la relación calidad-precio, así que me ayuda a comprar. Compartimos la ventana y ambos somos adictos a las estaciones.
Soaes es más joven, es abogado de oficio y ejerce en Cuamba. Ahora va unos días de descanso para Nampula, donde tiene a la familia. Charlamos un poco en mi portugués recién estrenado, me ayuda con el idioma. Como era de esperar, quiere venir a España. Le pregunto y me cuenta que gana unos 700 $ al mes, me parece mucho en comparación con los salarios que vengo averiguando, pero está claro que no se va a hacer rico y que tiene fastidiado lo de venir a España, considerando que tiene una casa alquilada en la pequeña y polvorienta ciudad de Cuamba por la que paga unos 300 $.
A mitad de camino, en Malema, suben Brandon y Adriano. Brandon es blanco y estadounidense. Trabaja para el gobierno de EEUU y es el responsable de estudiar las inversiones en ayuda humanitaria en esta parte de África. Viene al continente negro varias veces al año, conoce bien la zona, y le gusta. Está alucinado con mi forma de viajar, dice que me tiene admiración. Aunque sabe que no es nada peligroso viajar solo, él nunca lo hace, siempre lleva un guía e interprete local, como en este caso a Adriano que es un chico muy majo y espabilado.
En el camarote establecemos un diálogo a varias bandas de idiomas. Yo con Soares y Said hago mis pinitos en portugués, con Brandon y Adriano en inglés, y de vez en cuando con Brandon en español pues quiere practicar aunque habla poco. Lo pasamos genial, son todos conversadores. Aquí tenéis a mi equipo! Son todos estupendos.
Al llegar a Nampula es de noche. La estación dicen que puede ser peligrosa por los ladrones, y de hecho a Brandon uno le intento tirar mano al portátil haciendo como que le ayudaba, pero él fue rápido y le quito el brazo. Montones de personas salimos del tren y nos dirigimos a la salida. Adriano me orienta hacia donde debo ir para encontrar mi guest-house. Voy con ellos hasta su hotel, y luego Adriano pretende acompañarme, le digo que no se preocupe, veo la ciudad tranquila y gente en la calle todavía, y además no voy lejos. Brandon me dice que ante cualquier problema pregunte por él en el hotel, y nos intercambiamos tarjetas.
Me despido con un sincero encantada de haberos conocido. Previamente di un sentido apretón de manos a mis otros dos compañeros mozambiqueños. Sé que ellos también lo sintieron así. Fue el final de un día magnífico, un día distinto: la aventura del tren a Nampula… Asistimos juntos a un espectáculo único, un viaje lleno de vida imposible de olvidar. Son de esas cosas que unen, viajer@s…