Aterrizaje en Matola

Me despedí del recepcionista del Lys y de los trabajadores, y con los trastos en ristre cogí la chapa y me dejaron en la entrada del aeropuerto. Los 2441 km que separan Pemba de Maputo decidí volarlos. Vía terrestre hubiera empleado mínimo 48 horas, y dos días cuando se acerca el final de viaje tienen un valor inponderable. Realmente no iba a Maputo, sino a Matola, una ciudad a 10 kilómetros de Maputo y donde se hallaba la misión católica de los Siervos de María. Desde el área de Cooperación Internacional de Cáritas me habían puesto en contacto con José Correcher, el religioso responsable de la misión, quien me había permitido visitarles y pasar unos días con ellos trabajando como voluntaria.

Las gentes del aeropuerto

El pequeño aeropuerto de Pemba está en remodelación, por tanto ahora nos ubican en una pequeña carpa. Me hicieron vaciar la mochila al detectar que llevaba una figura de ébano dentro. Menudo rollo, toda la ropa desperdigada por ahí… Simplemente era arte Makonde que compré en Ibo. Creo que se aburrían, son la repera. Todos tocaron la figura, creo que les gustó, aunque ellos serios empezaron a hacerme preguntas sobre la compra. Madre mía, que manera de fomentar la adquisición de artesanía…Menos mal que un agente de inmigración que había por allí muy amable luego se excusó por el incordio. Habíamos hecho buena cola y teníamos público.

En Mozamique el comercio aéreo de viajeros está blindado a la compañía nacional LAM, «Linhas Aéreas de Moçambique», que con unos precios no aptos para pobres condiciona el viaje a una élite de minoría negra. Por ello en el aeropuerto había solo algunos negros, y en general estos eran gordotes, blancos en proporción desmesurada y asiáticos. Entre los blancos algún que otro mochilero.

Había tres personas que me llamaron la atención. Eran locales y parecían delicados de salud: uno en silla de ruedas, otro un señor mayor con la cara rara y un ojo que parecía que inutilizado, y una señora gordota con un niño reducidísimo. Posiblemente los tienen que trasladar a Maputo para ser tratados y el largo transporte por carretera podría agravar sus males. Es la primera vez que veo un niño aquí con aspecto tan poco sano. Ella tiene la teta fuera para ver si el niño se engancha pero él dormita. Yo siempre digo que aquí las madres no dan de mamar a los bebés, si no que ellos se dan de mamar a sí mismos, pues normalmente las mujeres dejan la teta en manos de las criaturas y ellos se las manejan que da gusto. A veces ellas van andando y dando de mamar a los niños. Los críos son autónomos desde tan pequeños! Pero en este caso el niño era de poco comer, así estaba la criatura. Era preocupante…

Con retraso subimos al avión. A mi lado un chico de Pemba, que como tantos mozambiqueños, llevaba una chaqueta tres tallas mayor que la suya. Intercambiamos pocas palabras durante el trayecto, él leía un libro en francés y yo estaba imbuida en el «Corazón de las Tinieblas» de Joseph Conrad, una historia inquietante sobre el genocidio de El Congo. Al final nos soltamos a hablar y me cuenta que viene por trabajo y que casualmente también va a Matola. Viaja con un grupo de compañeros desperdigados por el avión.

Buscando transporte a Matola

Me dice que me ayudará a conseguir un transporte para llegar a mi destino. Son las 17:00 horas cuando llegamos y queda una hora de luz. Jose Correcher me recomendó coger un taxi porque se iba a hacer de noche para llegar en transporte público a Matola. Mi compañero se ofreció a negociar por mi con el taxista. Me cobraban 1000 Meticals, era muy caro y lo descartamos. Él chico se había tomado en serio lo de ayudarme y por 500 Mts me acopló en la furgoneta que los iba a trasladar a ellos.

Eran un grupo de 15 personas y de repente, esperando las maletas o mientras hacíamos tiempo hasta que llegara su transporte, se ponían a cantar a diferentes voces. Pensé que eran de un coro pero al parecer cantaban por gusto y trabajaban para una fundación. Me reí con ellos.. Se llamaban «camaradas» los unos a los otros. Uno de ellos en el camino tenía que entregar una caja a alguien que le esperaba en un cruce y va y después de darle la caja se dan cuenta de que ha entregado una caja de otra compañera. Menudo lío! En ese momento caen en la cuenta de que se habían dejado una caja en el aeropuerto. Todos hablando a la vez y dando soluciones, me partía!

Entrada triunfal

La furgoneta me deja en el templo parroquial, una amplia edificación con cubierta a dos aguas. Frente a mi la puerta principal. Suena música, parece que hay misa de  6 p.m.

Decido entrar, solo llenos los primeros bancos. A medida que avanzo por el ancho pasillo con mis dos mochilas, en medio de los maravillosos ritmos africanos que inauguran la celebración, exactamente a la vez sale Pepe de la sacristía acompañado de dos monaguillos. Entiendo que es Pepe por ser blanco, porque no lo he visto en mi vida. Diría que en el momento en que me ubico en un banco, él alcanza el altar. Creyentes y no creyentes, coincidiréis en que es cuanto menos asombroso este recibimiento y en que esta sincronía es un signo de algo grande.

En la comunión Pepe ya me saludó. Al finalizar la misa me esperé y vino a buscarme y me llevó al local parroquial. Allí conocí a Andrés, otro valenciano que estaba de voluntario en Matola, y luego me enseñaron mi cuco cuarto y conocí a los chicos. Porque me alojaba en el Lar Nova Esperanza, el hogar de 20 chavales de entre 8 y 17 años y desde el minuto cero también el mío…

Estamos muy cerca de conocer otro tipo de paraíso…;-)

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