Salimos a las 8 horas de Miti Miwiri tras recoger a Sofía y Joaõ, una pareja portuguesa que son mis compañeros de jornada. Hablan muy bien español y sin embargo me cuesta entender su portugués más que a los mozambiqueños. Son de Lisboa. Confirmo que hablan distinto.
Nuestro guía es un joven isleño, que tiene como misión conducirnos caminando hasta la isla de Quirimba. No es algo que pueda realizar un viajero por su cuenta, pues hay que conocer el camino, por supuesto no señalizado, y entender el funcionamiento y la actuación de las mareas en la zona.
Caminando por los manglares
A veces con el agua por los tobillos, otras por la rodilla y otras por los muslos, y ciertamente fangoso y resbaladizo en algunas zonas. Así es el camino que los portugueses abrieron para alcanzar desde Ibo la isla de Quirimbas y viceversa. Un camino transitado en bajamar por personas y en plenamar por barcos.
Es apasionante pensar que los manglares a diferencia de la mayor parte de vegetales pueden sobrevivir en aguas saladas. Estos pequeños árboles suelen encontrarse en desembocaduras de ríos, bahías protegidas, zonas de lagunas, pero siempre donde llegue la influencia del mar.
El espectáculo de sus raíces es impresionante y solo se aprecia en su verdadera magnitud con la marea baja y caminando entre ellos. Me documento y resulta que tienen raíces aéreas, las puntiagudas que vemos en la foto, que se encargan de captar el oxígeno en la marea baja y trasladarlo a las raíces acuáticas, las responsables de mantener el árbol firme anclándolo a la tierra.
Muchos lugareños avanzaban por el camino. No os digo como era nuestro paso comparado con el de los otros transeúntes. Éramos tortugas humanas y sin carga, valga como excusa nuestro temor por echar a perder en una caída al agua uno de nuestros bienes más preciados: la cámara.
Normalmente se prestaban sonrientes a la fotografía. La chica de la caja en la cabeza podéis observar que emplea una especie de crema blanca para protegerse la cara del sol. Es una máscara elaborada a partir de productos naturales, parece que de la raíz de un árbol.
Avanzando por el mar
El paisaje es tan cambiante que es como si hiciéramos distintos viajes y los encadenáramos uno detrás de otro. Me recuerda al libro del Señor de los Anillos en el que el séquito que acompaña a los hobbits recorre distintas tierras. Pues aquí lo mismo, solo que todo es luz y color, y el único peligro en estos lares es que nos alcance la marea alta sin haber accedido a la isla.
Después de la Tierra de manglares vendría la Tierra desértica y húmeda. Los impecables surcos que deja el mar en su retirada son alucinantes. La madre naturaleza no sabe de imperfecciones.
Aquí una Tierra más parecida a Mordor 😉
La Tierra-agua. Ahora sí que de verdad andamos por el mar. Hasta las caderas!
Ya en frente de Quirimba nuestro guía nos dijo que podíamos tomar el baño en esta piscina natural de aguas turquesas.
No nos habíamos recuperado de la vista que se nos presentaba al frente, con palmeras irregulares alineadas, chozas de macuti esparcidas por la costa y barcos enclavados en las finas arenas de la bajamar, y además se nos permitía disfrutar de estas aguas inmaculadas y divinas!…Demasiados privilegios para una sola vida, y más aún para solo un viaje…no os parece, viajer@s?
Tuvimos poco tiempo para disfrutar de este pequeño mar exclusivo, porque empezaba a subir la marea y aunque cerca, todavía teníamos que andar para llegar a la isla, rodeando estas piscinas naturales.
La marea avanza inexorablemente y en segundos el paisaje de arena inmóvil se transforma en mar. Aunque fascina observarlo, debemos avanzar. Por un momento dejé mis escarpines en la arena para tomar una foto y al momento ya estaban nadando en el agua y hubo que rescatarlos de la corriente.
Ilha Quirimba
Ubicada al sur de Ibo, es la más activa, en términos económicos, de las islas del archipiélago, debido a sus plantaciones de cocoteros y una fábrica de sal, si bien no tiene la riqueza arquitectónica que caracteriza a Ibo.
En el siglo XVI la isla jugó un importante papel como centro de trabajos misioneros. Ahora es un lugar tranquilo apartado del mundo. Gente hogareña y magníficas estampas de palmeras, criaturas libres como el viento, un cielo asombrosamente limpio y una calma propia de un lugar de paz.
De los niños poco que añadir, no me quedan alabanzas y sus caras lo dicen todo.
Nos dejaron entrar a una casa para ver como secaban el pulpo («polvo» en portugués), Qué amable el amo! Era de esas personas que disfrutan con las visitas.
La ermita es uno de los pocos vestigios históricos que se conservan en la isla, la fachada se mantiene casi intacta, pero el interior está derruido. Pocos cristianos hay por esta zona, pues la población es mayoritariamente musulmana.
Nos colamos en una escuela, justo antes de empezar la clase de Kwani. Por aquí a los blancos también nos llaman mwzungu, como en Malawi. Los niños, en su inocente indiscreción, gritan contentos el término local ante el avistamiento de un piel banca. No todos los días sucede.
Las casas en esta zona son de adobe y cañas entrecruzadas
Aquí junto a mis queridos compañeros de viaje, tras comer un plato de arroz con patatas fritas y pescado fresco. El día ha sido espectacular, en parte gracias a ellos. Son grandes viajeros, no nos cansamos de hablar de Asia y África. En el caso de Joaõ, sus padres a los 11 años se lo llevaron a Kenia, y desde entonces el germen de viajar ha sido implacable. Ahora arrastra a Sofia.
Deshaciendo el camino
A la vuelta tomamos un dhow. Los dhows son barcos de vela triangular que tienen su origen en los dhows árabes. Tienen 6-9 metros de eslora aunque los hay que alcanzan los 12 metros. Son todos viejos pero magníficos.
Y con el dhown deshacemos el camino que hemos hecho esta mañana. En algunas zonas se estrechan los canales y deben recoger la vela porque el viento nos puede lanzar hacia los manglares. Como nos ocurrió y nos quedamos enganchados en un manglar, pero enseguida reaccionó el capitán y todos echaron una mano, de manera que no pasó de una anécdota.
El paseo de vuelta fue de una hora, recorriendo lo lo que durante la mañana nosotros caminamos durante unas 4 horas y los hogareños seguramente en la mitad.
A medida que nos alejábamos de la costa resultaba más increíble pensar que solo en unas horas allí había aparecido un mar…
En fin, creéis que con todo esto se puede echar mucho de menos Valencia? 😉 Supongo tod@s me entendéis, viajer@s…