Centro de nutrición de la parroquia São Gabriel

Encuentro con el Centro

El lunes por la mañana vino Pepe para enseñarme las distintas partes de la misión de los Frailes de la Orden de los Siervos de María. Estos religiosos iniciaron su andadura en Mozambique en 1984 administrando la Parroquia de San Gabriel Arcángel de la ciudad de Matola, una población de 729.443 habitantes.

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Pero el trabajo de los religiosos no se ha circunscrito al ámbito evangelizador, si no que en vista de las necesidades de la población más vulnerable de la demarcación misionera han puesto en marcha distintos proyectos, tales como: escuelas, una guardería para los hijos de las madres trabajadoras fuera del hogar, el LAR Nova Esperança (el hogar para niños de la calle y huérfanos de Sida donde vivo) y el Centro de Nutrición Infantil donde voy a trabajar como voluntaria.

Tras presentarme las instalaciones y a los niños, Pepe me dejó libre como una paloma y con las ideas y el material que me facilitó Andrés enseguida encontré un sentido a mi labor. No me atrevo a calificarlo como trabajo porque para mi era como un regalo, me sentía tan afortunada de estar aquí!

DSC_0412Me encontré a unos niños de entre 3 y 10 años, que me recibieron con los brazos abiertos, niños con ganas de aprender, de divertirse y de comer. Les gustaba tocar mi piel blanca y mi pelo, son cariñosos y todos preciosos. Me lo pusieron tan fácil…

Y luego tía Rosa, la única empleada del centro de nutrición, la responsable de la cocina y una gran chef. La mujer se alegró de tener a una compañera y desde el minuto cero ya me decía que me iba a echar de menos cuando me fuera.

La jornada diaria ¿Cómo nos organizábamos?

Los pequeños llegan sobre las 10 horas, algunos después de haber ido a la escuela (el primer turno de la mañana suele ser de 7 a 10 horas, pocas horas de escolarización en estos lares), y al llegar tía Rosa les prepara un desayuno de pan con mermelada y leche (en polvo). Después de este tentempié los niños permanecen en el centro básicamente esperando la hora de la comida. Este lapso de tiempo les brinda un espacio para aprender y divertirse.

En la parte que yo llamo “vamos a aprender”, nos ubicábamos en la única dependencia que puede hacer las veces de aula, «el refectorio», y como ésta no disponía de pizarra, improvisé con el ordenador. Yo por la noche realizaba un power point sobre un tema con imágenes y los nombres correspondientes (en portugués por supuesto) y los niños fijaban sus ojos con fervor en el ordenador e iban adivinando el nombre mientras se asombraban con cómo los dibujos aparecían solos de la nada. Un día sobre las frutas, otro las verduras, otro los elementos de aseo, etc. Así repasábamos y aprendíamos vocabulario.

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Cuando llegaba el momento en que ya no era posible mantenerlos con un mínimo de orden, era tiempo de jugar o danzar. ¿Qué hacíamos? Un día ellos cantaban y danzaban, otro día yo ponía bachatas (la única música que tengo en el ordenador) y les enseñaba a bailarla. Aprendían rápido estos pequeños.

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Otro día jugábamos fuera a pillar o a carreras de carretillas.

Hasta que tía Rosa, la cocinera, nos llamaba para prepararnos para el almuerzo y entonces lo primero era lavarse las manos.

Les encanta lavarse a estos niños, no os imagináis cómo se pasan el jabón y con qué energía se frotan las manos. Lo más costoso es conseguir que mantengan una fila, aquí los mayores no practican con el ejemplo. En las panaderías, para subir a las chapas, no existe el concepto del que primero llega primero pasa o sube. Como veis en las fotos llegó un día que lo conseguí, pero con mucho  mucho esfuerzo.

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El ritual de la comida

A la hora de comer todos son autónomos, no precisan ayuda aunque el primer día, yo ignorante, me puse a pelar el pescado a Lorenzo, el más pequeño, como acostumbraba a hacer con mis sobrinos cuando tenían su edad. Tía Rosa me dijo que no hacía falta y fui consciente de ello cuando vi que Denizia, la niña conmigo en al foto, no tenía rastro del pescado de casi de un palmo en su plato. Con 4 años se lo ha comido todo sin dejar ni las raspas, como diría mi abuelo. Al principió pensé que se lo había pasado a alguien, pero tía Rosa me confirma que no, que se lo ha comido ella solita. Estuve traumatizada por este hecho todo el día ;-). Hasta los más críos me dan lecciones!

Verlos comer es un espectáculo precioso, y entonces recuerdas algo que tantas veces en nuestro mundo olvidamos: «el valor de la comida». Algo que sin embargo ellos tienen muy presente, porque saben lo que es no tenerla.

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Después de comer cada uno lleva su plato a la cocina y entonces es la hora de recoger. Los acompañantes de los niños, hermanos mayores, o las madres que los recogen colaboran a la limpieza del centro, friegan cacharros de la cocina, barren el refectorio, pasan el mocho a los aseos…Es la forma en que contribuyen al mantenimiento de un centro que gratuitamente recibe y acoge a los pequeños.

Mi sensación de felicidad no hacía si no que aumentar, estos críos me transmitían fuerza a la vez que me dejaban exhausta. Mi deuda con África, queridos viajer@s, alcanza ya unas cotas inconmensurables.

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