Al día siguiente me fui con Delfina y Adela a Trindade. Cogimos onibus en la rodoviaria, era pequeño y muy viejito, e iba hasta las manos (a tope) y el camino fue un poco tortuoso porque nos quedamos de pie, y habían subidas y bajadas muy pronunciadas. Iba lentísimo y un ruido del motor tremendo. Parecía que tuviéramos que hacer fuerza para avanzar con nuestras piernas.
Trindade son básicamente playas, las más accesibles y con chiringuitos estaban llenísimas, mucho turismo familiar, parecía. Huyendo un poco de este mogollón, atravesamos un cerro hasta llegar a una playa amplia y mucho más tranquila. Nos instalamos cerca de la vegetación para tener una sombra. Nos dimos un baño, mi primero en esta zona del Atlántico. Al principio el agua estaba fría pero luego se podía llevar. El agua estaba muy limpia pero como había mucho oleaje (bandera roja) no se veía la transparencia. Las playas son realmente bonitas en Trindade, hay muchísima vegetación y unas rocas imponentes en algunas zonas.
Cambiamos de playa y por el camino comimos unos hojaldres y empanadillas buenísimas. Luego paramos otro rato en otra playa e hicimos otra siesta. El día fue tranquilo, y de descanso. Esta playa se iba animando a medida que pasaba la tarde pues llegaba gente con guitarras y había un chiringuito con música reggae. Empezaba a nublarse y se agradecía. Sobre las 18 horas nos volvimos para Paraty. Para rematar el día cenamos en el hostel una estupenda omelete acompañada con arroz y buenísimos frijoles.
Estuve encantada con las chicas, son estupendas y muy integradoras, ellas cuando vuelvan a España harán parada en Valencia y yo al final de mi viaje las veo en Buenos Aires. Ese es el pacto ;-).