Los badalas

La vida aquí es todo menos aburrida. Paolo y Peter una mañana sacan una garrafa con un líquido parecido a la leche pero con tono más naranja. Pregunto y me dicen que es una especie de cerveza, no la pruebo pero huele claramente a alcohol. Me explica Paolo que ellos cuando tienen algo de dinero encargan a Salateni que tiene más movilidad que vaya a comprarla y ellos la sacan de vez en cuando y dan buena cuenta de ella. Salateni les sirve porque está algo más fuerte que los otros y cuesta inclinar la garrafa, pero él no bebe. Rosa quiere poner coto a esto, al menos si quieren beber fuera de los días de fiesta establecidos que lo hagan fuera de la casa.

Estos badalas son verdaderos supervivientes. En un país donde la esperanza de vida es de unos 55 años aquí hay badalas entre los 60 y los casi 85 años. Supervivientes de sus propias historias, muchas de abandono y pobreza extrema.

Muchos de ellos han tenido hijos y los han enterrado. William, en la foto conmigo, de sus 8 hijos, 5 murieron, algunos enfermos y otros por accidente de coche. Los demás están buscándose la vida en Sudáfrica.

Las mujeres me cuentan que también han fallecido sus hijos, Makhalima, la del pañuelo naranja en la cabeza es una gracia, es supercoqueta y guapísima. Por las tardes me acerco por su lugar para ver como van con las canastillas y me quedo un rato con ellas. Agnes (con el gorro azul), que parece seria, es muy cariñosa, siempre nos reímos. Agnes anda totalmente encorvada, las otras son unos palillos andantes, a pesar de que aquí no les falta comida.

La epidemia del SIDA arrasó en Zimbabwe. Como otros males, vino de Europa. Los hombres que tenían Small House, la contrajeron y la transmitieros a mujeres e hijos. Fue una calamidad. Me dice Rosa que al principio no se quería reconocer, era totalmente tabú, como en Europa. En la casa tenía un enfermo de SIDA y no le querían dar los resultados de los análisis. Ahora como el Gobierno provee a los enfermos con comida y medicinas, cualquiera lo reconoce, es una manera de subsistir. Pero si pesas más de 55 kilos ya no te dan comida.

La generación de los hijos de los badalas fueron carne del cañón del sida en África.

Aquí tenéis a un grupo de los badalas. Este primero de la foto sufrió la polio y sus piernas son inútiles. Tiene una silla de ruedas pero aparcada en la entrada de la casa. Si le vierais moverse apoyado en las manos alucinaríais. Además es zapatero, y arregla los zapatos del resto y los de otra gente del pueblo. Su sonrisa no tiene límites.

Luego William, Japhet, Luba y Atxon. Este último tiene una especie de chichón inmenso en la cabeza, es una especie de tumor pero benigno y por eso siempre lleva un gorro. Parece que tuvo un tumor maligno en los testículos pero se lo extirparon y por ahora está bien. Siempre me mira agradecido.

La condición para estar aquí es que no tengan a nadie que se haga cargos de ellos. La mayoría han trabajado pero aquí el tema de las pensiones es una miseria y no da para vivir, así que los hijos mantienen a los padres y viven todos en comunidad. Los que se quedan sin hijos están vendidos a la pobreza absoluta, y algunos hijos tienen que emigrar a Sudáfrica para intentar ganarse la vida y no se los pueden llevar.

William es hablador y nos entendemos estupendamente. Es elegante hasta la extenuación, en pleno campo ningún día olvida la corbata. Y no para de sonreír y darme las gracias por mi trabajo. Tiene 80 años, se acuerda perfectamente de fechas completas cuando me cuenta su vida. Su nacimiento en Zambia, bautismo, el día que vino a vivir a Zimbabwe, cuando llegó a Old Age… Llegó aquí hace dos años, había fallecido su hijo, sus otros hijos andaban en Sudáfrica intentando sobrevivir y parece que no podían hacerse cargo de él. El padre Luís lo encontró y fue quien le trajo al hogar, lo dice con satisfacción y máximo agradecimiento. Se mantiene genial, ayuda a los que más dificultades tienen para moverse y me traduce cosas que dicen los otros.

Rosa quiere que no haya diferencias entre unos y otros, aquí todos son iguales pero ni Old Age está a salvo de las contrariedades de nuestro tiempo: Un día llega el hijo de William a visitarlo y va y le trae un móvil. Rosa trinaba, lo entiendo, aquí lo último que necesitan es un móvil cuando se realiza un esfuerzo tras otro para asegurar la comida para estos badalas. Me lo enseña William y me dice que no tiene dinero para llamar pero que le es útil porque cuando tenga puede llamar a sus amigos e hijos.

Te pasas el día dando la mano y sonriendo, el lenguaje universal, como dice Rosa. Aquí ningún estrechamiento de manos es un formalismo, todos son verdaderas manifestaciones de cariño. Hasta los menos habladores y los que parecen más huraños cuando les das la mano la toman con afecto.

África es una gran escuela, y estos badalas unos verdaderos maestros. Como dice Rosa estos pobres te enseñan continuamente. Yo veo el agradecimiento en sus caras, su ilusión por las pequeñas cosas y la alegría de estar aquí, a pesar de que sus ropas sean viejas y con rodales, a pesar de sus zapatos agujereados, a pesar de su familia de sangre no está cerca o simplemente no existe, a pesar de la falta de comodidades. Ellos sabrán lo que han vivido antes de venir a parar a esta casa y todo lo que Old Age les ha ofrecido. Saben mejor que ninguno de nosotros lo que realmente es importante en la vida: una comida asegurada, un lugar donde dormir sin pasar frío ni calor, un hogar, la compañía, el cariño.

Cada pequeña cosa que he hecho por ellos me la han agradecido de corazón. Acercarles algo, hacerles una foto, o incluso cuando me veían atareada haciendo algo en su cuarto, me decían: “Qué ocupada estás, cuanto trabajo tienes, gracias por ayudarnos»…A mi esto me llegaba al alma. Realmente son personas especiales.

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