Miscelanea de Ibo a Pemba

De dhow a chapa de Ibo a Pemba

Un poco antes de las 5 a.m. ya estaba yo en el pequeño embarcadero de Ibo. De las dos mareas al día no en ambas salen barcos, dependen de los capitanes y no estaba claro que hoy quisieran madrugar. Esperarme a la salida de las 3 o 4 p.m. suponía llegar a Pemba muy tarde o arriesgarme a no llegar en el día si surgía algún contratiempo.

DSC_0182Era de noche. En el embarcadero y en la zona donde fondean los barcos ni un alma y ningún barco en movimiento. Extraño. Suerte que a los 10-15 minutos llegó un chico que iba para Pemba. Los dos esperamos pero nadie llegaba. A las 5:30 a.m. el chico telefoneó a un capitán y este preguntó cuantos éramos. Lo que nos temíamos, por dos no iba a levantarse.

Después de otros 15 minutos, y ya pensando que bajaría la marea sin que hubiéramos podido embarcar, vemos que al embarcadero se asoman algunas personas. Y en cuestión de otro cuarto de hora salieron gentes, quien sabe de donde, con intención de tomar un dhow para Tandanhangue. Fue un acontecimiento: ya teníamos pasajeros para un barco!

Una hora más entre que llega el barco, nos montamos, volvemos dos veces a recoger dos personas…En fin, ya sabéis, poniendo a prueba los lindes de la insuficiente paciencia occidental, pero yo resisto, me estoy volviendo africana y además lo paso estupendamente conociendo a Michela y Tommaso. Ellos son dos viajeros romanos que han vuelto a Mozambique este verano, tienen amigos en Maputo porque vivieron aquí hace muchos años pero no conocían Quirimbas. Los admiro por la ilusión con que viajan. Tommaso siempre pendiente de Michela. A cual de ellos más encantador. Pueden hablar español con ramalazos de italiano. Disfrutan del trato con la gente tanto como yo.

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Al llegar a la chapa, esta vez me toca detrás, Tommaso me acompaña, porque el frente es para Michela y una chica con dos criaturas.

Cuando un par de señoras se tumbaron en el suelo, Tommaso y yo nos miramos sonriendo. Por un momento Tommaso levanto sus piernas, y luego ya no había lugar para sus pies en el suelo. Ellas ya dormían.

Así que vamos confrontando miradas entre la risa y la sorpresa a medida que se va llenando el carro. El traqueteo era importante y la verdad que el paisaje no se podía apreciar muy bien, pero por el contrario teníamos compañeros estupendos que nos invitaban a mandioca y otros manjares del terreno. En una de estas, con la ventolera, a Tommaso se le escapa el gorro y sale volando al exterior y avanza muchos metros alejándose del carro. Nuestros compañeros dieron el grito al conductor para parar y un joven salió corriendo en su búsqueda. Habíamos avanzado bastante, el chico se dio una carrera increíble. Por supuesto sin pedir nada a cambio entrego el gorro a Tommaso, creo que le aplaudimos. Luego Tommaso le dio una propina. Es admirable el espíritu de estas gentes.

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De repente sube una niña de unos 6 años que viaja con su hermano. El niño la lleva en brazos. Al rato y en vista del movimiento del carro, le hago un hueco a mi lado y enseguida viene. La niña se apoya en mí desde el primer momento. Está delgada y el camión la zarandea más que a los mayores. Además, al salir a la carretera el vendaval es increíble, es hasta molesto y yo la intento proteger y le ofrezco el otro lado. Ella se pega a mí buscando refugio y hasta logra dormirse. Entonces encontré respuesta a algo que no sabía que me estaba preguntando: Los niños no tienen miedo de los demás. En cuanto ven una sonrisa o un gesto hacia ellos, te tienden la mano, se apoyan y confían en ti. Este pensamiento me impactó profundamente. ¿Cuantas veces he oído en nuestro mundo civilizado decir a los niños: por la calle no hables con extraños, no des la mano a gente desconocida, desconfía de los que son amables contigo, etc.? Pues aquí el prójimo no es malo, seguramente quiere ayudar.

Bajan Michela y Tommaso, intercambio de direcciones, hasta otra viajeros, sigo con la niña hasta mi parada, le doy una abrazo y me bajo. Mis compañeros de viaje acompañan mi despedida con sus brazos.

Descartado el tema del alojamiento en la playa, decido volver al nada acogedor Residencial Lys. Como ahora ya sé a lo que voy, se trata solo de una noche y tiene sus ventajas quedarse en la ciudad, pues casi que lo cojo con gusto. Pido la misma habitación. No la veo nada mal.

Tras una ducha con cacitos me voy a ver a mis amigos somalíes. Ellos se alegran de verme y el joven hasta me ofrece, hoy que es viernes, llevarme a bailar por ahí. Le explico que estos madrugones me matan y que creo que no acabaría la primera cerveza. Tomo mi plato preferido de arroz con la salsa boloñesa estilo somalí y charlo con ellos. Pronto llega Mohamed y centra toda mi atención.

Mohamed

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Mohamed es este niño que viene al restaurante de los somalís a limpiar zapatos. Tiene 12 años. Llega con su bolsa de plástico medio rota y saca las cremas y el cepillo. Se sienta en el suelo, enfrente de la tele que tienen encendida pero sin sonido. Echan una peli de Schwarzenegger. De vez en cuando se para y se queda embobado viendo la tele. Yo no le quito ojo y él lo sabe, me mira de vez en cuando y sonríe solo un poco. Él se da maña con su trabajo, y lo hace con dedicación, como quien lo ha hecho muchas veces y sabe como hacerlo. Solo la tele interrumpe su trabajo. Bueno, la tele y yo que le pregunto: el nombre, cuantos hermanos tiene, como viene hasta aquí, si va a la escuela…Me dice que tiene un hermano y que trabaja para ayudar a su madre, viene en chapa desde su casa que está en la playa. Viene solo. Afortunadamente va a la escuela. ¡Como trabajan aquí los niños! tengo que pensarlo bien para que me parezca chocante porque yo ya lo veo natural y hasta lo entiendo. Es duro conseguir dinero y todos en la casa tienen que contribuir. Sea vendiendo a las combis, en el mercado, limpiando zapatos…lo que sea.

Son muchos sentimientos los que me unen a Mohamed y los que harán que no pueda olvidarle. No sé explicar lo que vi en ese niño, quizás me sobrecogió su cara de resignación, su fragilidad, su aparente inocencia, su sentido de la responsabilidad. Nada es como nos han contado que debe ser. África me lo muestra así, sin miramientos ni pudor, con descaro y atrevimiento, y mientras me revuelve por dentro, captura mi alma…

Sin acabar de reponerme y un tanto errática caminé por Pemba. Los amigos de la barbería y su ilusión por mi visita me ayudaron a recobrar el sentido de la realidad.

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Buenas noches viajer@s, gracias por acompañarme.

 

2 pensamientos en “Miscelanea de Ibo a Pemba

  1. Nena que maravilla de viaje, cada vez que leo mas me emociona todo lo que has podido sentir y vivir……ahora entiendo cuando dices que parte de tu corazón se ha quedado allí.
    Sientete orgullosa pues no todo el mundo podrá tener esas experiencias…………..que en parte tu las buscas.
    Enhorabuena pues se que siempre ellos te recordarán.
    Besitos viajera

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